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Ha sido el equipo que más antipatía despertaba: un montón de leyendas urbanas llenas de fantasmas fabricaron el perfecto retrato robot de una institución amada y odiada desde 1957, cuando los Celtics comenzaron a ganar. La mística empezó a morir el día que Larry Bird se retiró, agonizó con el cierre del Boston Garden y dejó de latir cuando Arnold Auerbach murió, aunque con Paul Pierce hubo un conato de resurrección. Ya nadie odia a los Celtics, inmersos en la maquinaria moderna de la NBA. Ahora, por encima de todo, echamos de menos el diabólico puro de la victoria.