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                1 en stock
            
        
     
                            
                            
    
                            
                            
                            
                            
                            
                            
                            
                            
    
            
                    
                    50,00 €
                
            
                
                    
                    
                        47,50 €
                    
                
                
     
                            
                            
                            
                            
                            
                            
                         
                            
                                La carta confesional, escamada de intimidad, es un acto de	destape: escribir en ese trance es desnudarse ante quien va a	leer la declaración, la exigencia, el amor a fl or de piel, el desafecto	a veces. A través de las misivas se conoce profundamente al	corresponsal, tal vez no hay manera de conocerlo mejor. Con	este completo corpus de cartas y notas privadas del poeta	Miguel Hernández (Orihuela,1910-Alicante,1942), podemos	conocer mejor la personalidad ejemplar y las inquietudes de un	escritor modélico y comprometido en una época turbulenta de	España. Tanto en sus cartas como en el diario íntimo que es	Cancionero y romancero de ausencias, Hernández muestra su	profundo calado humano: magnifi ca lo pequeño, convierte lo	cotidiano y lo aparentemente menudo en un regalo, como el	Neruda de las odas elementales, como el Machado del olmo	viejo: «Olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama	verdecida», escribió el sevillano. Anotar: escribir para no olvidar;	porque ¡la memoria es vida!	«Escribir cartas signifi ca desnudarse ante los fantasmas, que lo	esperan ávidamente. Los besos por escrito ?confesaba Kafka a	su gran amor, Milena Jesenská? no llegan a su destino: se los	beben por el camino los fantasmas». A pesar de todo, Miguel,	nuestro poeta, pedía a su amada Josefi na «...mándame... besos y	cartas»; porque la carta era alimento para seguir con vida, y	terminaba muchos de sus escritos, casi furtivos, con un epitafio	pidiendo paz, amor y libertad: «Se ruega que no rompan ni	interrumpan esta nota por la ne cesidad de que llegue a su	destino».